lunes, 10 de diciembre de 2007



::::...EN DONDE ESTÉS TE DESEO,
EN DONDE ESTÉS TE QUIERO ...::::

Era viernes, hacía sol, Marcos y Ednia se habían acercado a la caleta como tantas tardes. Como siempre se apoyaron en una roca grande de color grisáceo, y aunque Ednia esperaba estar allí durante mucho tiempo, no llegarían a estar sentados más de cinco minutos
-No podemos seguir.
-¿Qué?
-Lo siento.
Una sola frase telegráfica entró por sorpresa como un millón de cristales rotos clavándose por todo el cuerpo. No se dijeron nada más, se alejaron, no miraron atrás, ambos sabían que podía pasar. Nunca volvieron a verse.


Ednia tenía 16 años recién cumplidos, Marcos contaba 11 más.
Tiempo atrás cuando a penas se habían visto un par de veces por el paseo marítimo de un pequeño pueblo en la costa andaluza, y ya era imposible que los enormes ojos verdes de Marcos salieran de la cabeza de Ednia. A ella le encantaba como hablaba, le había oído de pasada cuchicheando con sus amigos, su acento le parecía gracioso y tenía una voz tan bonita…, era evidente que era mayor que ella pero ¿cuánto?

Él se había fijado en su pelo, tenía la imagen de Ednia mirando al mar y recordaba como ondeaban, con la brisa, sus rizos castaños. Parecía mayor.

Un día no especial volvieron a cruzarse cuando caminaban por el paseo del puerto. Marcos no pudo contenerse y aunque al girarse para mirarla ella estaba de espaldas, pues había seguido caminando, se atrevió a acercarse. Ednia se dio la vuelta, no hizo falta hablar, las emociones lo hacían por si solas, el latido de sus corazones, ya fueran nervios o fuera amor, era tan fuerte que casi podía oírse. Caminaron en silencio, hubo un momento en el que pensaron incluso en darse la mano ¡que disparate! No se habían relacionado nunca antes y parecía que se conocían de toda la vida, que estaban ahí para encontrarse.
Se paró el mundo por un momento, la calma solo se vio interrumpida por el romper de las olas en la orilla y el ruido de las gaviotas.

Empezó a convertirse en rutina, todos lo días se encontraban, paseaban, se miraban. Hasta que un día se hablaron para quedar.
Marcos conocía bien el pueblo y procuraba enseñarle a Ednia todo lo que sabía. La enseñó que no era un pueblo cualquiera, que allí aguardaba el gigante de las montañas, que siempre estaba dormido, y que las casitas todas blancas no eran casas sino palomas que elevaban su vuelo por lo más alto, que el sol se escondía en un atardecer anaranjado dejando paso a la luna y que al fondo de la playa las luces de otros pueblos rodeaban el borde ofreciendo una imagen insólita.

Recorriendo cada rincón y disfrutando cada momento pasaban las horas, llegó el día en que hablaron más personalmente, llegó el día en que se enamoraron, se lo dijeron, se dieron la mano, el primer beso. Se formó una dependencia tan grande entre ellos que llegaron a parecer uno solo.

Marcos se sentía bien, se estaba comportando como un niño y eso llegaba a gustarle, solo sonreía, sonreía, sonreía y no paraba de hacerlo. Pensó en que ojalá el fuera más joven o ella mayor de edad y se entristeció, pero fueron unos instantes a los que nunca más quiso volver y quería seguir adelante con aquello, estaba convencido.

Ednia no salía de su asombro, no daba crédito a todo lo que la estaba pasando la hubiera gustado gritarle al mundo todo lo que sentía, contar a los cuatros vientos que ella y Marcos se querían, que la edad no importaba, que solo querían estar juntos. En el mundo real al menos en el que ella conocía eso no era posible, nunca podría contar su relación con Marcos siendo ella menor de edad y él once años mayor. Intentaba no pensarlo. Era feliz, eso era lo único que le importaba y que el resto del mundo, como en el paseo, parecía no existir.
Aunque manteniéndola a escondidas, la relación crecía cada día. Uno de los días mientras paseaban por la playa dejando que la espuma de las olas les tocara los pies, Marcos recibió una llamada. El paseo terminó ahí, dijo adiós y salió corriendo. ¿Qué ocurría? ¿Estaba huyendo? Ednia no encontraba explicación, se secó los pies se puso las zapatillas y se fue a casa. Allí recibió el que sería el último mensaje de Marcos:

“Siento haberme ido así, ha surgido algo, no puedo decírtelo. TE QUIERO, quiero que lo sepas, siempre te voy a querer, solo quería recordártelo. Nunca he querido hacerte daño créeme, ¿quedamos mañana en la caleta a las 18:00? Ven por favor. Marcos”














Un lugar, la caleta, las olas, las casa, su acento, su ojos..